la dificultad creciente de disfrutar de estímulos sociales y naturales agradables, de elegir dónde y cómo queremos vivir, nos hace sentir falta de control sobre nuestra propia vida. Esto no es nuevo. Lo que es nuevo es la conciencia que tenemos de ello. Los movimientos de fuga de las grandes ciudades han aumentado a causa de la pandemia, pero quienes lo han hecho es porque antes ya vivía como deseo dormido dentro de esas personas. La pandemia no solo nos ha modificado muestras rutinas diarias y nuestras actividades planificadas, nos has hecho reflexionar sobre nuestro estilo de vida, nos ha hecho ver que a lo mejor era una mierda. Nos llegan las historias de personas que se largan para cambiar de vida porque parecen pensar que vivir no es sólo ir a trabajar, personas que dicen necesitar autenticidad, tiempo y espacio para generar su propia visión de lo que quieren, no impuesta por el ritmo del mercado. Entre otras cuestiones, la salud física y mental, que era la gran olvidada, ahora se reivindica como aspiración de vida. Algunos dicen que la pandemia nos ha provocado una situación de inseguridad, sensación de falta de control. Podría decirse que la pandemia nos ha sacado de la hipnosis y nos ha traído la visión de que el control nunca lo hemos tenido. Las consultas de los psicólogos están más llenas que nunca y estos reparten su consejo hasta por internet: “es fundamental hablar de cómo nos sentimos”. Hablar más de cómo nos queremos sentir es hablar menos de cuánto quiero ganar; lo mejor del caso es que no deberíamos renunciar a considerar que ambas cosas son compatibles
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vivir no es solo ir a trabajar
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