Estaba creciendo el número de críticos de las expresiones “recursos humanos” o “capital humano” porque representaban una idea de las personas como componentes utilizables, vendibles, traspasables, algo inerte que había que gestionar y manipular, una naturaleza inaceptable de las personas. Parecía que crecía poco a poco una ola de humanidad. Pero la reivindicación ha quedado trasnochada antes de triunfar porque estas expresiones están siendo sustituidas por la de “gestión del talento”. Si aquellas etiquetas eran censurables, con esta nueva denominación la persona como tal es todavía más invisible. Ya no es siquiera “humano”. En esta nueva modernidad la persona no es productiva o no tiene valor a no ser que lleve incorporado talento; pero ojo, solo el tipo de talento que demanda el plan de negocio en cada momento.
La tecnológicas crean algoritmos cada vez más rápidos de análisis de datos cada vez más “personales” que usan las organizaciones para gestionar y revolucionar el talento. Esto no me suena a una evolución de la persona sino de una revolución de su utilidad, que obligará a las personas a correr como pollo sin cabeza hacia el aprendizaje acelerado de lo que el negocio necesita que sepan hacer para maximizar el beneficio, lo que en un entorno creativo y competitivo puede cambiar cada trimestre. Y tampoco será una revolución general del conocimiento y del talento, sino solo de aquel que genera beneficio inmediato. Con esta nueva etiqueta la sociedad encuentra otra dimensión para la polarización, entre los que la economía considera que tienen talento y los que no. Y aun más, se podrá entrar y salir de la categoría de honor a voluntad de un algoritmo. La persona que desfallezca o no quiera participar en esta contrarreloj será repudiada.
Antes el capital invertía en acciones de grandes empresas que compraba y vendía, con una intervención lejana en el día a día. Ahora compra las empresas, incluso las pequeñas, y las dirige como si fuesen acciones. Su plan es comprar hoy y vender en dos años (lo llaman desinvertir) multiplicando por cinco su precio inicial. Equiparan progreso con beneficio y su prisa y su voracidad las transmiten a los nuevos emprendedores en detrimento de la sostenibilidad. Seria injusto meter a todas en el mismo saco, pero muchas carecen de una visión que supere el vencimiento del plan financiero, no parece importante el orgullo de pertenencia, no hay espacio para filosofías, su único relato es el que genera el área de marketing, un trampantojo para deslumbrar al público. Bien, pues las personas deben apresurarse a adquirir el talento que este tipo de empresas les pide, o ser consideradas mano de obra no cualificada.
Antaño quien poseía la tierra era el amo de la sociedad. Hoy los gestores de los grandes fondos de inversión manejan el planeta. En breve los propietarios de los algoritmos, cuyo funcionamiento mantendrán en secreto alegando derecho de propiedad industrial, serán los gallos del corral. Los algoritmos manejarán los hilos, y serán nuestros jefes. Será algo así: un algoritmo publicará automáticamente una oferta de empleo, un bot mantendrá la comunicación y hará las entrevistas, un sistema automático de evaluación de candidatos basado en la recopilación y puntuación de información de estos en internet y redes sociales elegirá y comunicará con el candidato seleccionado, los primeros días de trabajo un tutorial descargado en el móvil hará el proceso de formación e integración del empleado, luego un sistema de monitoreo instalado en su ordenador de trabajo le evaluará, le hará una comparativa constante con respecto a los objetivos señalados, respecto al resto del equipo y con respecto a los empleados nuevos que van entrando, pasado un año y medio el algoritmo decidirá que su desempeño no da la talla en comparación con estos últimos y le dará 2 meses para llevar a cabo un aprendizaje de reciclaje, pero a esta persona quizás no le dará tiempo de realizarlo y a los dos meses y una semana el algoritmo le comunicará el despido. Y vuelta a empezar. Los nativos digitales, los jóvenes amantes de la tecnología que odian con razón los casposos esquemas del pasado, que detestan las organizaciones basadas en la autoridad del propietario y quieren cambiar el mundo, igual lo están cambiando a peor, hacia la autoridad del algoritmo.