El otro día salí de la cama para iniciar una nueva jornada de teletrabajo. Mientras tomaba café en pijama y miraba por la ventana de la cocina caer la fría lluvia, me asaltó una preocupación que arrojó por tierra la paz con que me había levantado. ¿Cómo me adaptaré a esta nueva realidad que rompe con la organización del trabajo y la conceptualización del espacio laboral que teníamos hasta ahora?¿Cómo deberé aclimatar mi casa para delimitar el entorno profesional del personal? Esta cuestión me dejó literalmente pendiente de un hilo. Después del tercer croissant seguía con la boca abierta. Urgía resolverla, mas en mi casa a esas horas de la mañana, y lloviendo como estaba, no había científicos estelares ni filósofos creativos que compartieran sus reflexiones conmigo. Entonces recordé de golpe que tenía que terminar una complicada campaña de marketing que había empezado anoche, y me acodé pensativo sobre el mármol con un brazo mientras con la otra mano me rascaba las…, y entonces me di cuenta, no llevaba calzoncillos. Como trabajador de alto potencial que soy en seguida descubrí que esa no era la cuestión. La cuestión era este inadmisible ataque a la privacidad que acababa de sufrir por parte de mi trabajo. Por suerte hace un mes la empresa puso a nuestra disposición un psicoterapeuta holandés experto en resolver el estrés que provoca la incógnita de si la oficina, tal y como la conocemos ahora, está en peligro de extinción, algo que a los nómadas digitales nos tiene devastados: ¿soy un hombre en la oficina o soy un hombre en casa?. La original respuesta de este sabio era la siguiente: “espacios dinámicos”, asumir mentalmente que un mismo espacio puede tener diversas funciones y configuraciones nos abre un futuro más esperanzador a quienes soportamos esta carga. Revivido por la idea volví a la habitación en busca de mi ordenador dispuesto a escribirle. Estaba sobre la cama. Anoche había trabajado hasta tarde. Por suerte estaba conectado y me leyó al instante. Tienes que inyectar más humanidad a tu entorno sentenció rápidamente, cambia muebles, elige nuevos elementos, los materiales son también muy importantes, dar con la calidez y la tactilidad adecuadas te ayudará a sentir conexión, debes combatir el exceso digital con la experiencia de tocar. Un entorno háptico, un espacio dinámico, decía con voz de hipnotizador, un espacio dinámico, repetía yo. Será duro, pero podrás acostumbrarte a la sensación de pérdida del trabajo en equipo, me aseguraba. Pero la nostalgia del pasado industrial en el que trabajábamos multitud nueve horas a piñón en un espacio compartido era insoportable. Y el día era gris y saturnino. Comprobé que seguía lloviendo. Las sábanas aun estaban calientes. Me metí en la cama con el ordenador. No es una cama, es un lugar de trabajo, tú eres un artesano, es un lugar de trabajo. Descansa hoy, ya seguirás mañana, concluyó el sabio holandés antes de cortar. Acaté sus reglas, quién era yo para ignorar a una lumbrera del TED TV.
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Teletrabajar desde la cama, una revolución
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