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Se hizo viral hace unos días una foto titulada “el orgullo de una hija ante el trabajo de su padre”, que era barrendero. La foto mostraba a la hija dándole en plena calle un beso a su padre vestido de trabajo, a pesar de que él le había pedido a ella que no le dijese a nadie a qué se dedicaba para que eso no la avergonzase. El trabajo de ese hombre es de los que se consideran esenciales, de los que no pueden teletrabajarse desde una isla bucólica en bermudas con un té de canela-caramelo sobre la mesa y de los que cuando resultan malparados en la comparación son defendidos por la reacción popular y llamados a modo de consolación “un trabajo digno”. Pero ¿qué define realmente la dignidad de un trabajo?: ¿es digno simplemente si sirve para dar de comer a los tuyos?, o ¿lo es si es apreciado y reconocido por la sociedad?, o ¿lo es si el trabajo sirve para mejorar la vida de los demás?. Y es importante, porque en la práctica es muy difícil separar la dignidad de un trabajo de la dignidad de la persona.