Logré mi primer empleo tras un periodo de prácticas universitarias en el departamento de contabilidad en una empresa constructora de la Comunidad Valenciana. Al concluir las prácticas la empresa me ofreció un contrato de un año que acepté con mucha ilusión. Ya incorporado a la plantilla, empecé a realizar tareas rutinarias, casar albaranes con facturas de poco importe, comprobar precios con el departamento de compras, visar facturas, y todos los miércoles certificaciones de obra. En la empresa se fomentaba el presentismo, eso explicaba que los “dinosaurios” desaparecieran largos periodos de tiempo durante el día y aparecieran misteriosamente a última hora alargando innecesariamente la jornada laboral. Era evidente el absentismo. Para evitarlo la empresa implantó un sistema de fichaje. Llegaba la hora de renovar mi contrato y se produjeron cambios en el departamento, despidos, nuevas incorporaciones y alguna promoción interna. Me llamaron del departamento de personal, sacaron un listado impreso, me comentaron mi nulo grado de absentismo, cero bajas por enfermedad, mi gran dedicación, mi presentismo, y por todo eso estaban satisfechos con mi trabajo. Me ofrecieron renovar el contrato. Les agradecí pero lo rechace.
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Presentismo igual a buen trabajador
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