Incluso en sin crisis, con una economía fuerte, un PIB en alza y con todos los indicadores macroeconómicos en positivo, un país no puede funcionar con cientos de miles de trabajadores encabronados. Los casos se suceden día tras día en muchos sectores, en unos más que en otros. Actualmente con la crisis se multiplican, pero tampoco en época de bonanza dejamos de escucharlos. Como el de esta enfermera llamada Mónica que lleva varios meses trabajando 13 horas al día sumando los dos turnos que hace en dos centros de la Sanidad Pública en Madrid. A causa de la precariedad laboral provocada por contratos de trabajo que no ofrecen garantías, a pesar de que lleva 13 años trabajando para la Sanidad Pública madrileña, no puede decir no a todo el trabajo que le caiga encima por temor a quedarse en la calle. Trece años trabajando para la sanidad madrileña, sin embargo por la temporalidad en ese periodo acumula solo siete años efectivos de trabajo y 23 contratos firmados. Alguien debería está pensando en una mejor gestión de ese colectivo. El relato de Mónica pone voz a la precariedad laboraba de cientos de enfermeras y enfermeros. Precariedad laboral que es precariedad existencial. ¿Se puede estar mínimamente confiado, mínimamente feliz si pasas 13 años sin saber si al día siguiente vas a tener trabajo?. Una cosa es aprender a gestionar un grado de incertidumbre y otra distinta es no poder estar segura de nada. Los precios de la vivienda en Madrid no permiten vivir allí sin una mínima estabilidad laboral. De ahí que doblar turno sea para Mónica la única manera de encontrar un piso en una zona no muy lejos del trabajo. Entre turno y turno le da para una ducha y 45 minutos para engullir lo que se ha preparado en la fiambrera. La vida de Mónica y muchas otras inspiran el clamor de toda una profesión: “La vocación no justifica la explotación”.
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