La única forma de protección frente al abuso del uso de datos por parte de las organizaciones es el anonimato. Internet, un recurso imprescindible para la vida de las personas, que debería ser considerado como derecho fundamental, y que los Gobiernos han entregado a las empresas, para que buceen y espíen en busca del dato. El dato vuelve locas a las empresas. El dato vale más que el oro. Al extremo de que ha nacido el Dataísmo. El Dataísmo, como religión, «no venera ni a dioses ni al hombre: adora los datos». Por los datos se hace cualquier cosa. El Big Data es el mariscal del Dataísmo. Su misión es erradicar la subjetividad de la humanidad, jubilar a la intuición. El Big Data es la forma superior de conocimiento, con él no hacen falta las teorías, son mera ideología, si se tienen suficientes datos las teorías sobran. El Big Data no yerra, es frío y como la lógica extrema carece de moral. ¿Por qué hay que hablar de derechos universales cuando los datos demuestran que unos los merecen y otros no? ¿Por qué realizar excepciones sentimentales para salvaguardar una determinada cultura o modo de pensar si los datos nos dicen que no produce beneficios? ¿Para qué utilizar la imaginación si tenemos ya todos los escenarios posibles generados por la combinación de los datos? ¿Pará qué contar historias significativas si con los datos podemos llenar cualquier vacío de sentido? ¿Por qué usar reglas de conducta vagas y antiguas como los principios si los datos son la única verdad?, y un largo etcétera de atemorizantes interrogantes. Los fanáticos de los datos, los dataístas, Silicon Valley al completo, se ponen cachondos con los datos, “copulan con los datos”, como dice el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, “encuentran los datos sexis”, “el dígito se aproxima al falo”. Lo último en apropiación de datos es que una máquina te lea la mente: la implantación de microchips que monitorizan la actividad cerebral y que recopilan datos sobre la persona todo el día acerca de su estado y sus emociones. Estos microchips implantados en el cerebro ayudarán a mejorar la eficiencia de nuestro trabajo y por ejemplo también a detectar información que indique si vas a sufrir un episodio epiléptico. La tecnología podría servir para prevenir y manejar una crisis. Esto está mucho más próximo de lo que pensamos. Pero ¿como pacientes, cómo protegeremos nuestra privacidad?, ¿quién tendrá acceso a las ondas cerebrales que codifican nuestros pensamientos?, ¿qué autonomía tendrá la persona sobre los datos que genera su cerebro y cómo protegerá su identidad y su voluntad si hay una máquina leyendo sus ondas cerebrales y acumulando toda esa información en la base de datos de una multinacional?. Si esta vende esta información (como ya ocurre actualmente con nuestra actividad de navegación) a un corredor de datos que después la cede a otras empresas, puede que acabes viendo anuncios de productos sin saber porqué y a los cuales eres especialmente sensible debido a tu tejido emocional. ¿Cómo estaremos seguros sobre quién tiene el control de nuestras decisiones? ¿Cómo sabremos si queremos algo realmente o si esa necesidad nos la ha creado esta tecnología?
Hace tiempo que estamos en manos de Google, Apple, Facebook y Microsoft. Han sido muy inteligentes en crear adictos a sus productos tecnológicos implantándolos de forma atractiva y “gratuita” para el usuario. El usuario ha cedido feliz todos sus datos casi sin darse cuenta y ahora que se da cuenta y no quiere, no puede renunciar a las aplicaciones a las que le han hecho adicto. Si no quiere ceder su intimidad y sus datos, la alternativa es el destierro digital.
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