Todos recibimos mensajes del trabajo en tiempo de descanso. Es normal en la cultura de resultados y competitividad en que vivimos. Esperar unas pocas horas puede determinar el éxito o el fracaso; o al menos se tiene la impresión de que así es. Además, considerar que los empleados estamos disponibles a todas horas es algo que va tanto con un sistema de dirección antiguo como con la concepción más actual y democrática de dirección horizontal, en la que aspectos como la confianza mutua y la accesibilidad nos llevan a pensar que somos colegas y podemos llamarnos en cualquier momento. Somos dinámicos y flexibles y la prensa económica, las redes sociales y los portales de empleo nos atiborran de posts diciendo que hay que ser así porque de ese modo tendremos más empleabilidad. Las empresas necesitan empleados apasionados, comprometidos, con capacidad de adaptación, capaces de darlo todo en eso que se llama “dedicación”. También hay otra cosa llamada responsabilidad. Mala puntuación en el factor “responsabilidad” obtendrá un empleado en la próxima evaluación del desempeño si su jefe recuerda que un sábado no contestó inmediatamente un mail que él consideraba urgente. No es de extrañar pues que la mayoría de los encuestados afirmemos recibir llamadas y mails del jefe fuera del horario laboral. Es un derecho del trabajador no responder, cierto. La empresa no debe enviarlos. Pero le es permitido hacerlo si en el propio mensaje incluye el reconocimiento de que el trabajador no tiene obligación de responderlo hasta el inicio del siguiente horario laboral. Pero la conclusión es que: si bien puedo ignorar el mensaje hasta la siguiente jornada, la molestia o la interrupción ya se ha producido, el asunto ya ha entrado en mi mente a estresar y a apremiar. Y la forma de desestresarla es respondiendo. 🙁
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Mensajes fuera de jornada
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