Ahora todas las redes sociales quieren que les cuentes tu historia. Lo cierto es que esto ya se venía haciendo, solo que ahora quieren darle mayor énfasis. Desde hace tiempo que a diario y varias veces por día, podemos encontrar aquí y allá mini relatos que narran una situación que nos parece entrañable, tierna, ejemplar, solidaria, épica o emocionante de algún modo. No casualmente la historia suele ir seguida de o adherida ya de entrada a una intención publicitaria, a una marca, y suele terminar con una conclusión al estilo de las parábolas que queda emparejada temática y lógicamente con la acción de consumo que se persigue, una invitación al lector recién conmovido a realizar la conducta que interesa al autor del relato. Lo efectivo de la técnica es que estas historias no pertenecen al genero ficción, eso nos quedaría muy lejos. Tratan acerca de aspectos cotidianos que son con los que nos sentimos identificados, son historias que se presumen realmente ocurridas y que ponen ante nuestros ojos una realidad extraordinaria existente dentro de la realidad habitual y ordinaria. Son la sublimación del género humano. Nos traen la esperanza de que lo extraordinario se multiplicaría si todos realizamos la conducta necesaria, la conducta que la acción publicitaria nos desliza.
La cuestión es: ¿esas historias maravillosas son ciertas? ¿Han ocurrido de verdad a quien la escribe? ¿son tal cual sucedieron o tienen apenas un sustrato de realidad completada con rico atrezzo? ¿son invenciones de guionistas del marketing? ¿Son verdad las historias que leemos en las redes sociales o son pornografía sentimental al servicio de objetivos de venta?
Muchas podrán ser reales, naturalmente. Pero lo que me hace sospechar de su autenticidad es que esta avalancha de historias no se produce a consecuencia de una fiebre literaria ni de una epidemia de aburrimiento mundial o de una nueva necesidad humana de desnudarse en público. Nace del siguiente estímulo: “¿Quieres vender más? Cuéntales tu historia”. Muchas son demasiado perfectas, demasiado ideales, son tan encantadoras, mágicas, sutiles, almibaradas y conmovedoras como lo que vemos en el cine.
Crear ficción es lícito porque sabemos que es ficción, pero crear una realidad falsa y presentarla como hechos que tuvieron lugar es otro cantar. Invadir nuestras emociones, alcanzar el nivel más blando y vulnerable de las personas solo para conseguir venta, ¿es a esto a lo que se dedica el marketing?
Dicho esto sin ánimo de ser aguafiestas, porque me gustan las historias, tanto como la ética.