Es imposible desembarcar en una isla remota cuyos habitantes miden un metro menos que tú y no acabar convertido en Dios al poco tiempo. Por eso el modelo de contrato de trabajo no sirve para establecer una relación equilibrada entre partes, porque se firma entre un gulliver y un liliputiense y no contiene cláusulas de advertencia ni de prevención de las consecuencias de esa diferencia de poder. Como a los demás tipos de contrato lo llaman pacto entre partes, pero el contrato de trabajo es más una filiación que un pacto. Esa diferencia de poder es conocida de antemano y ya las intenciones y expectativas de los firmantes son desiguales, lo que a la postre se transforma en obligaciones desiguales. Es un problema al que la gente se acostumbra y eso lo vuelve invisible. La diferencia de poder afecta mucho menos a lo mesurable, a lo material, aquí los deberes quedan más o menos empatados, horas de trabajo a cambio de un dinero. Afecta más a la justicia de la relación. El contrato de trabajo junta a las dos partes en convivencia diaria, y en esa relación, mientras la supervivencia y el futuro del empleado dependen de que se consagre a la empresa, la supervivencia de la empresa depende de que se consagre al cliente. Ahí radica su ventaja. La devoción va solo de una parte del contrato a la otra, sin reciprocidad. Es una partida desigual. Mientras el compromiso del empleado ha de ser total para la empresa no hay nadie imprescindible
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Gulliver y los Liliputienses
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