El autor y narrador Garrison Keillor creó una ciudad ficticia en Minnesota llamada Lake Wobegon, donde todos los hombres y mujeres eran fuertes y hermosos y todos los niños superiores a la media. Tomado de ahí se bautizó como efecto del lago Wobegon el sesgo cognitivo que consiste en sobreestimar nuestras cualidades positivas y desestimar las negativas. Por ejemplo: el 85% de los estudiantes universitarios piensan que están por encima de la media, el 94% de los profesores universitarios creen que son mejores que sus colegas, el 90% de los conductores creen que son más hábiles al volante que el resto. En definitiva, cualquiera de nosotros piensa que está por encima de la media. Esto llevado al ámbito laboral significa que el 90% de las empresas y jefes piensan que son buenos liderando, que los lugares de trabajo que han creado son mejores que la mayoría, que en lo esencial tienen razón y que sus creencias y valores son superiores a los de quienes tienen enfrente. Este sesgo es un obstáculo considerable a la hora de negociar o convencer al interlocutor de que cambie determinadas cuestiones porque lo pide la gente. La “gente del montón” está equivocada lógicamente. El problema es mayor si se tiene en cuenta que esa superioridad ilusoria suele darse mucho más en personas incompetentes y vanidosas, y cuanto más mediocre e incompetente es el líder menos consciencia tiene de ello. Básicamente el problema es que el mediocre está siempre completamente seguro; estar lleno de dudas sería síntoma de inteligencia.
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El efecto del lago Wobegon
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