A diario vemos en las redes personas que cuentan entusiasmadas que acaban de empezar un nuevo proyecto en una nueva empresa, que han terminado una formación que les ha transformado, otras que dan las gracias por una promoción recibida, algunas expresan su felicidad por formar parte del mejor equipo del mundo, muchísimas crean o comparten artículos, frases o contenidos optimistas, positivos, ejemplares, de abundancia, tolerancia y felicidad. Eso es genial y necesario, hay que celebrar y practicar el reconocimiento, el refuerzo positivo, pero si solo se comparte el lado bonito de la vida nos formamos una idea sesgada del mundo del trabajo. En las redes sociales hay una gran ausencia de publicaciones y de sinceridad para situaciones laborales y profesionales que no sean positivas o afortunadas. Llevarse un revés puede interpretarse como una forma de fracaso, y nadie quiere asociar su imagen con eso. Por esa ausencia de reflexión o de crítica las redes sociales tienen escaso poder transformador, son principalmente validadoras y continuistas de la realidad que crean el mercado y las modas. Son plataformas para el glamour. Pero crear utilidad también es importante. Aquellas experiencias que no son tan gratas, de forma serena y sincera también es necesario compartirlas, porque si el optimismo es la mejor actitud para ir por la selva, conocer sus peligros es lo que nos mantiene con vida.
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Esto es totalmente cierto. No he leído jamás una publicación en, por ejemplo, Linkedin, una publicación realizando una queja citando a una empresa o a una persona física dentro de dicha empresa. Sí que he leído, quejas, reflexiones, análisis… más en detalle de la mala situación de un sector en particular o de un conjunto de profesionales, pero jamás de empresas con “nombre y apellidos.”
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