Hace un par de años mi mejor amigo tuvo su primera crisis. Llevaba unos días notando debilidad, fatiga y dificultades para concentrarse en el trabajo, y entonces llegó de golpe la dificultad para respirar y el pulso disparado. Le atendieron en urgencias y pasó la cosa. Desde entonces ha tenido otros tres episodios idénticos y ya no necesita ir al médico ni hacerse análisis para saber que está ante un cuadro de ansiedad. Su jornada laboral tiene una altísima intensidad, un pico que alcanza a los cinco minutos de llegar a la oficina y no disminuye hasta que termina la jornada, que raramente dura ocho horas. Reuniones tensas, estudios y planificaciones estratégicas, plazos, generación de escenarios de riesgo, quejas, conflictos, soluciones improvisadas, problemas enquistados, viajes relámpago, competitividad malsana en el seno del equipo, recursos informáticos antiguos e insuficientes, escasez presupuestaria, objetivos inalcanzables, presión desde la central, presión de la plantilla. Así lleva seis años. Quizás he aguantado demasiado tiempo este ritmo, reflexionaba conmigo el otro día en voz alta, lo he antepuesto todo por delante de mi, de mi salud y de mi felicidad. Frases que sonaban a punto de inflexión, a decisión de cambio de vida, o de forma de vivir. El problema es que su nivel de vida, y el de su familia, es como el de todos, el que le permite su salario. Y su elevado salario es debido a que traga toda esa porquería. Dejar ese empleo que le está matando para ser más feliz y cuidar más su salud quizás no es la solución si al cabo de seis meses empieza a sufrir estrecheces que no conocían, discusiones domésticas, estrés y sentimientos de culpa de que su familia no tenga todas las cosas que tenía antes. ¿Esto también lo arregla el mindfullness?
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Ansiedad laboral
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