No acabamos de despegar. El progreso del conocimiento y la tecnología al que asistimos debería llevar aparejado una evolución social, más o menos zigzagueante, pero con una clara tendencia de mejora. Sin embargo vemos que el mundo del trabajo recorre el camino inverso: a la tradicional falta de ética en los negocios se suman las crisis, que premian aun más la ausencia de miramientos. Más millones de personas vuelven a padecer las preocupaciones básicas, las que ocupan la base de la pirámide de Maslow. La inseguridad de los ingresos, el temor a la precariedad, a la inestabilidad, y a no ser capaz de llevar una vida feliz con recompensas que vayan más allá de las fisiológicas y la seguridad física. Más millones de personas que al estar centradas por obligación en su propia supervivencia no pueden elevar la vista hasta el significado y las implicaciones de lo que hacen. Si mi empresa contamina, vende armas a países en guerra, ensucia y esquilma océanos, fabrica su producto en países atrasados explotando a trabajadores, practica la obsolescencia programada, provoca ludopatía, tributa en paraísos fiscales, pacta precios, unta a políticos o miente al cliente, todo ello cobra una importancia secundaria por detrás de mi propia subsistencia. Atender a esos problemas son lujos que la gente no se puede permitir.
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A los pies de Maslow
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