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La Organización Mundial de la Salud dice que el 60% de los europeos presenta síntomas de apatía y desmotivación provocados por los interminables sacrificios laborales. Cuesta decidir si esto es a su vez un síntoma de debilidad o de inteligencia, es desde luego de lógica. Durante décadas se ha innovado permanentemente en técnicas de motivación hasta haber llegado al nivel de brillantez. Pero no se ha avanzado, puede que al contrario, en proporcionar motivos reales a los empleados para sentirse orgullosos de lo que hacen, del modelo de negocio de su organización o del impacto que producen en su entorno. Es decir, se ha avanzado en exclusiva en motivación extrínseca pero probablemente se nos haya ido a pique la autenticidad, la motivación intrínseca. De ahí el cansancio. Esta sociedad cansada o hastiada es consecuencia de la aceleración y multiplicación de la información, no siempre veraz y de calidad, y de una demanda sobrepasada de productividad. Están los europeos hartos y llenos de ansiedad porque la recompensa tiene un límite pero la exigencia de trabajo no acaba nunca. Esta sociedad la predecía de algún modo el clarividente Hermann Melville en su relato “Bartleby el escribiente”, personaje al que hacía responder siempre “preferiría no hacerlo”, personaje apático al quien su fatiga existencial le condujo a un apagamiento vital.
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